(Des)bordes
El aspecto emocional por su propia naturaleza requiere visibilización
Durante una conversación allá a inicios del 2000, Freddy Vasquez, especialista en prevención de suicidios en el Instituto Nacional de Salud Mental H. Delgado H. Noguchi, confirmaba la precariedad de la salud mental en nuestro país.
Enseguida le pregunté si acaso había una condición previa en los seres humanos que nos condicionara a llevar una mochila emocional a cuestas a lo largo de nuestra existencia. Su silla giratoria dibujó un círculo. Se quedó helado.
En la actualidad el desborde emocional es cosa de todos los días. Basta con mirar el noticiero. Una razón puede ser, qué duda cabe, los efectos pospandémicos. Estar encerrados equivalió a mantener en cautiverio la posibilidad de sentir y percibir a profundidad cada experiencia en nuestras vidas.
Otra es la ausencia de comunicación entre padres e hijos. La rutina, el exceso de trabajo, la fluidez de los intercambios dialógicos, el ritmo de vida, las estrategias publicitarias, los video juegos, los mensajes mediáticos y la excesiva sobre exposición a las redes sociales, curiosamente, han reemplazado el diálogo real entre las personas.
La fragilidad emocional cruza las generaciones: niños, jóvenes y adultos mayores. Inicio, tránsito y desenlace. Pareciera que no es suficiente con lo que tenemos, siempre hay algo nuevo por adquirir y por vivir.
No descartemos tampoco la poca resistencia, sobre todo en la juventud actual, a asumir el fracaso como una posibilidad. Máxime si hay un abandono de la salud mental en nuestro país y poca visibilización de las condiciones que la generan, así como de sus historias y desenlaces. No basta con solo mostrar la noticia!
Aquellos que alguna vez fueron niños y jóvenes, pueden perciben que los logros alcanzados resultan insuficientes para combatir la orfandad existencial en la que se encuentran. Requieren alguien que los escuche, ser reconocidos, compartir sus vivencias, sentirse útiles. Ocurre a veces que sus familiares no asumen la responsabilidad de garantizarles, por lo menos, cierta estabilidad.
La insatisfacción es connatural al ser humano. En el mundo actual tal situación se ve distorsionada por un aparato dictatorial consumista que nos acorrala y luego nos libera. Una y otra vez. Ya sabemos cuáles son las posibles consecuencias.