Hablarle a una pantalla
Apagar la cámara es, de algún modo, apagar al otro
La llegada intempestiva de la pandemia tomó por sorpresa a los habitantes de la aldea global. Bueno, digamos que simplemente aceleró los procesos y anticipó una situación ya vaticinada por el propio uso excesivo de herramientas tecnológicas.
Es indudable que hoy en día, los mismos dispositivos que permiten estar, también facilitan y promueven lo contrario, es decir, el no estar por tiempo indefinido. Antes, en una reunión presencial, era natural y necesario leer los gestos del otro, comunicar un mensaje a nivel corporal y, en consecuencia, prestar mayor atención.
Podrá decirse que no ver al otro en una conversación no implica un distanciamiento y tampoco una brecha emocional entre las partes. En todo caso, sí podríamos hablar de efectos más que de afectos. Cuando un jovencito decide no encender su cámara, de alguna forma silencia al otro, lo apaga.
Hace poco me contaba un amigo que, durante dos reuniones de trabajo, él fue el único que tuvo la cámara encendida de su laptop. Es interesante ver esta nueva manera de relacionarse de las generaciones más jóvenes, menos de treinta en este caso, al momento de interactuar.
Tal vez deberíamos hablar de actuar en el acto o de solo actuar, el otro, el interlocutor que sobrepasa los cuarenta podrá sentir que divaga en una nebulosa sin fin. El aserto shakespeariano Ser o no ser ha sido cambiado por un Me ven o no me ven.
Ya no es imprescindible mostrar(se), basta con mostrar o no mostrar. Y en este caso, no mostrar equivale a poner en evidencia todo lo que aquel que, está detrás de la pantalla, obviamente desea ocultar.
En otras palabras: me oculto y así demuestro el vínculo y mi compromiso con el otro. Resulta más fácil y efectivo hablar sin que te vean, así como escribir sin mirar al rostro. Parecer ser que el rostro es solo un rastro del pasado, una fotografía arqueológica de lo que alguna vez fuimos.
De modo que la esencia de la que hablaban los griegos y, en la que aún creen a pie juntillas algunos académicos, cae por su propio peso: el mundo es una telaraña de contactos virtuales, el hombre ha sido exteriorizado en sus perfomances, lo íntimo ha devenido público y lo externo privado, logrando así un contacto mínimo o ausente entre las personas.