Del dicho al hecho
Hay una distancia inevitable entre las palabras pronunciadas y los hechos concretos a los cuales ellas se refieren
Hay quienes hablan demasiado porque no tienen mucho que decir. Otros que leen porque no saben qué decir. Están los que dicen poco y, además, dan vueltas antes de ir al punto. También aquellos que se ocultan detrás de un discurso teórico. A fin de cuentas, el lenguaje es un caparazón y los oradores apuntan, principalmente, a cuestiones emocionales.
Mover las manos, fruncir el ceño, sonreír y mirar fijamente. Se trata de conmover al indeciso y corroborar la elección sobre el decidido. Hay cuotas de desesperación que dificultan un lenguaje oral claro, los gestos delatan tal carencia.
Ciertamente, no es posible saber quién dice la verdad, pero eso ya no importa. La cuestión de fondo tampoco es cuál de ellos cumplirá lo que dice. Lo que debe evaluar la audiencia es algo claro y directo: ¿cómo harán estos personajes para cumplir lo que hacen?
Es absurdo hablar de ganadores y vencedores en los debates más recientes. Eso tampoco ayuda. Por un lado, no hubo debate de ideas y, por otro, aunque unos pocos mencionan qué harán en su eventual gestión, ninguno dice el cómo y, aunque lo hicieran, queda flotando la duda: todos siempre prometen, la historia se repite.
Tener tantos candidatos refleja cuán fragmentado se encuentra el país y la poca preparación con la que cuentan. Sin duda hay variedad de propuestas y eso también representa al Perú. Desde luego, otros denominadores comunes saltan a la vista: improvisación, desinformación, ignorancia, exageración y ataques.
A eso hay que agregarle la identidad peruana. Recordemos que durante la Guerra del Pacífico se formó un rechazo hacia los chilenos, facción endeble pues estaba asentada en la animadversión. Tal fenómeno no reflejó una identidad en nuestros compatriotas. Ahora diremos lo mismo respecto al desenlace de las elecciones actuales.
Debido a las alianzas inevitables en la segunda vuelta, probablemente lo único certero respecto a las elecciones, los electores terminarán eligiendo al candidato que inicialmente rechazaron y, como ya es típico en nuestro país, formaran un bloque anti, confirmando así lo endeble de nuestra identidad.
Los indecisos probablemente decidan por algo inesperado o terminen por elegir a alguien a quien habían descartado de plano. En consecuencia, el llamado voto escondido de los que no deciden, sería mejor llamarlo coercitivo, se traducirá en tener que elegir y eso ya es una obligación.
Es muy posible que haya sorpresas, más allá de los datos curiosos de algunas encuestas. Lo que sí no cambiará será la encrucijada de estar obligados a escoger entre candidatos que no sabemos ni cómo ni cuándo llegaron a la política y cuya hoja de vida no es intachable.