Oradores y mensajes
La juventud goza del ímpetu, hay que trabajar en las ideas y cómo ponerlas en práctica
Cuando era estudiante universitario, antes había convicciones y no solo likes, consideraba pertinente, justo y necesario, un gobierno de intelectuales. Ministro de Cultura, un escritor, Ministro de Economía, un filósofo. Presidente, un poeta. Se trataba de un arrebato propio de la edad.Tamaña idea no tenía ni pies ni cabeza
¿A quién se dirige un político? A una ciudadanía ávida de escucharlo ¿Qué debe pronunciar? Un mensaje claro y directo ¿Cómo deben hacerlo? Con un lenguaje llano y horizontal. En el idioma de la conversación, del ciudadano de a pie.
Lo último no quiere decir transmitir la primera idea que llega a nosotros. Eso sería carecer de habilidades comunicativas. Al contrario, el mensaje debe ser producto de un trabajo previo, reflexivo y decodificado para que llegue incluso a aquella audiencia con poca formación y a una inmensa mayoría. No se trata de hablar por hablar, sino de comprender y adaptar el mensaje al momento y al público.
Podríamos pensar en nuestro exlíder de la nación, cuya gran frecuencia de conferencias ofrecidas hacía sospechar sobre la necesidad de hablar tanto. O, como alguna vez escuché decir a un músico, aquellas personas que hablan demasiado, lo más probable es que no tengan nada que decir. Diríamos que, en ese contexto, el objetivo de los oradores es repetir algo para convencerse ellos mismos de lo que dicen. La audiencia de antemano ya sería escéptica.
¿Por qué muchos de nuestros gobernantes más recientes insisten en comunicar lo incomunicable, en referirse a la teoría, en hablar para no hacer? Si somos benevolentes, diríamos que creen hacer lo indicado al referirse a un mensaje como el siguiente: “Hay corrupción, por lo tanto, hay que combatirla”. Lluvia de aplausos. Bueno, ni siquiera hay comentarios, tampoco público que escuche los discursos. En todo caso, no pareciera que hubiese una clara voluntad de transparencia y tampoco de hacer lo necesario para sacar al país a flote.
En consecuencia, no culpo a los jóvenes por no tener referentes sólidos. Una de las debilidades de nuestro país es regocijarse en el texto y no caer al llano. El Perú es pródigo en intelectuales que no aterrizan las ideas, personajes que insisten en mirarse en el espejo mañanero y medir el tamaño de su ego en base a la ovación recibida por una popularidad que, también, anda por las nubes.