Soledad y silencio
Querer estar acompañados de alguien todo el tiempo confirma dos cuestiones: nuestra naturaleza solitaria y el deseo de cubrirla
Veámoslo de este modo: la soledad es inmensamente proteica. Leemos, escribimos y, en el fondo, pensamos cuando solos estamos. Eso quiere decir que la negatividad asociada a ella es aparente. Se trata de un estereotipo.
Lo que aterra es la idea de la soledad, el estar solos, pues en la práctica la evasión de ella, ir de compras, ir al supermercado, salir a caminar y rodearse de gente, corrobora que, en efecto, estamos solos.
¿Qué es lo positivo de encontrarnos con nosotros mismos? Puede servir de auto análisis, momento reflexivo al que cada uno debe aspirar. Repensar las decisiones tomadas, los yerros y los aciertos. Aprender de ellos.
En la otra orilla, la soledad está vinculada a algo muy negativo. La espiral que todos deberíamos evitar. Sin duda, visto desde una mirada extrema, el estar demasiado tiempo a solas, así como cubrir los espacios con música nostálgica y vestir colores grises, no resulta saludable sino contraproducente.
Lo cierto es que en el mundo actual, hay tal copamiento de las actividades sociales y personales que quedarse en silencio resulta sospechoso y preocupante. Siempre hay que decir o no dejar de hacer algo. Como si se tratara de casi una obligación en el hacer, con lo cual se evita vislumbrar la relevancia de la soledad asociada a lo reflexivo. Y, por extensión, al silencio.
Múltiples actividades, entre ellas ver un filme, pintar, escuchar música y dibujar, tienen lugar en la no compañía. En el aislarse del otro. Y ellas dan origen a un resultado. En consecuencia, mal haríamos en llamarlas estériles.
Si prestamos atención al panorama actual, veremos que la popularidad de las redes sociales y las nuevas tecnologías hacen mella al terreno íntimo conquistado por el hombre desde los albores de los tiempos. Hay una sobre valoración del decir y hacer. Una consigna que busca cubrir los espacios de imágenes y ruido. Entre tanta chatarra informativa, es imperativo sospechar.
Sin embargo, estar sin compañía en el mundo contemporáneo se parece un poco al silencio, se le ve como una urdimbre misteriosa, parecida a una novela kafkiana o a un film hitchcokniano.
En ese sentido, lo mejor que podríamos hacer es desconectarnos, romper el cordón umbilical, tal cual ocurre en una película de David Cronenberg. Recuperemos los espacios en solitario, el respeto por el otro, la pausa necesaria en una conversación, el escuchar a nuestro interlocutor. Desarrollemos la potencialidad de la paciencia y, de paso, del pensamiento. Este se oxigena cuando damos lugar a la brevedad de lo hablado y fomentamos una estrategia dialógica implícita. Lo innecesario de utilizar vocablos demás. Aprendamos del silencio y rechacemos las palabras que no son mejores que aquel.