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Las caras de la pandemia

En el fondo, las máscaras solo agregan un nuevo rostro. Una nueva máscara detrás de otra.

Christopher Rojas

Publicado: 2020-08-13


Hoy por hoy las mascarillas son el nuevo rostro, el último grito de la moda. Las hay de diversos colores, diseños, formas y texturas. Solo faltaría que exhalen algún aroma y añadirles movimiento.

Sin embargo ¿es realmente novedoso andar enmascarado? Recordemos que el ser humano en el siglo XX ha debido aprender a ocultarse y a ejercer diversas estrategias de mostración. El juego de máscaras, luego, ha sido una consigna en el nacimiento de la metrópoli. Precisamente por el mayor flujo social entre las personas y sus diferencias.

La existencia del sujeto ha estado supeditada desde entonces a su propia reconfiguración. Inmersa en una ciudad que todo lo devora, aquella se ha visto desprovista de elementos clásicos y duraderos. No olvidemos tampoco la preponderancia de lo visual desde fines del siglo XIX, a propósito de la aparición del cine. Desde entonces, el ver, el mirarse y el ser visto dieron un giro radical.

Notemos lo siguiente, hay un elemento de desconfianza presente en el transeúnte urbano, justificado a partir del rostro encubierto. Lo que a primera vista podría ser visto como posibilidad de ingresar al mundo interior de un desconocido, funciona de manera inversa. Posible rechazo. La máscara ha devenido el rostro. Aquella lo ha transformado. Ha borrado las huellas de la identidad facial y ha dejado en suspenso, los ojos, la nariz, la boca y las orejas.

En efecto, la mascarilla no sólo protege sino también oculta, ampara el anonimato. No llama la atención por eso la creciente ola de delincuencia en la coyuntura actual. Tampoco percibir que el presente y la calle son mucho más amenazadores a cada instante.

Siendo optimistas y parafraseando al maestro Rubén Blades diríamos, justo ahora que no vemos las caras, aprovechemos la excelente oportunidad para ver los corazones. Frase sin duda romántica, pero real. Por cierto, no olvidemos que la mirada es lo más profundo y los ojos solo lo físico, no basta verlos para “confiar” en el otro. Dirán que seguimos en lo mismo, que si normalmente no prestamos atención al reflejo del alma en un contexto regular, menos aún durante la pandemia.

Por cierto, los rostros y las identidades ya habían sido borrados antes de ella. Lo que nos identifica es ser consumidores, un código de barras, una clave secreta. A su vez, las nuevas tecnologías fomentan el anonimato, aunque los usuarios crean lo contrario. De hecho, publicar tanto en redes sociales confirma lo poco que eso nos identifica y la ausencia de un sistema identitario sólido.

De modo que caminar con el rostro cubierto no debiera asombrarnos, tampoco la distancia entre las personas ¡Estamos tan acostumbrados a no prestar atención al prójimo, a ignorar al de al lado! Al parecer la pandemia solo ha visibilizado y reforzado, ahora sí, lo que antes era más fácil de ocultar.


Escrito por

Christopher Rojas

Profesor de la Universidad de Lima. Doctor en Filosofía por la Universidad Mayor de San Marcos. Autor de Sentencias personales.


Publicado en

Observaciones personales

Licenciado en Comunicaciones y profesor de la Universidad de Lima. Doctor en Filosofía por la Universidad Mayor de San Marcos.