Pandémico
La epidemia de coronavirus ha logrado colocar cuatro ángulos en primer plano: desnudar la precariedad de nuestros sistemas de salud, transporte, educativo e instituciones gubernamentales; el encubrimiento de información y el aprovechamiento de la desactualización de la data por parte de empresarios y políticos; la necesidad de revalorizar el futuro y el ecosistema y la desmitificación de una tecnología redentora, en vez de aceptar su fracaso, si es que no hay humanización en los procesos.
Distancia informativa
Hay un amplio trecho entre lo dicho y los hechos. Las cifras oficiales y las declaraciones son pocos convincentes. Hay sospecha de ocultamiento de información, así como una deliberada postergación o escamoteo de los datos de primera mano.
Un video personal difundido por un trabajador resulta siendo lo más cercano a lo cualitativo, contagio de personal médico por negligencia, decesos por falta de organización en la red de salud. El número de infectados real, como la cantidad de camas, desdice el aparato cuantitativo construido por los discursos de poder.
Por su parte, las noticias no cesan de alarmar más a los ciudadanos. Para ellas el covid-19 ha devorado todo lo que no se refiera a él mismo. Violencia contra la mujer, abusos en desmedro del consumidor e información acuciosa respecto a los males que aquejan a un gran sector de la población han sido borrados del radio de acción de la agenda noticiosa.
Programas habituados a espectacularizar el espectáculo han hecho un pequeño viraje de cámara hacia grupos golpeados social y económicamente. Procuran ahora tematizar con ellos y sobre ellos el drama que puede garantizar el rating requerido. Tal vez de ese modo los televidentes sientan alivio al ver que siempre habrá alguien en una posición inferior y que nuestros males no son tales si tan solo miramos o escuchamos el noticiario.
Población y empresarios
Seguimos siendo diferentes. Si no hubiese cuarentena también lo seríamos. Lo que nos une a todos es la pandemia y las restricciones de manera general, pero a nivel particular cada uno es afectado de modo sui generis y, en consecuencia, la vive de manera distinta. Puede ser que haya coincidencias, de hecho las hay, pero también hay diferencias ¡Y muchas!
El híper individualismo sigue dominando el planeta. Las muestras de solidaridad naufragan en medio de gestos egoístas. El virus ha coronado los cráneos de aquellos que se ufanan de mantener la distancia respecto al otro. Ya no solo los enterradores están habituados a acumular cadáveres. Las exequias son cuestiones pretéritas, morir es lo más cercano y por eso lo más trillado.
¿Aquellos poseedores de mayor riqueza estarían dispuestos a ceder parte de sus ganancias a la población más vulnerable? Algunos inversionistas buscan no verse afectados, continúan la producción y envían de vacaciones a sus trabajadores sin goce de haber. Otros buscan salvaguardarlos del virus y guarecer económicamente a sus familias.
Los supermercados y mercados deberían cerrar y garantizar la asepsia necesaria ante posibles casos positivos. En vez de eso priorizan el rédito, continúan laborando y exponiendo más gente. Los que denuncian contagio son enviados a cuarentena de por vida.
Transeúnte y ciudad
Hay un desconocimiento total respecto de la lógica de los sujetos de a pie, del trabajador que precisa agenciarse productos para garantizar el día, del limeño estándar. Aún es incomprensible para los propios peruanos por qué somos así, cómo nos desplazamos, cuándo y con qué frecuencia. Por un lado, hacen falta especialistas en etnografía urbana y, por otro, la estrategia no está funcionando. La curva no se aplana, no lo suficiente.
A su vez, el sistema de control citadino tradicional, puentes, vías expresas, óvalos, avenidas y calles, ha fracasado. Lima nunca estuvo preparada para recibir una gran cantidad de migrantes, tampoco puso en marcha un plan de ordenamiento de la ciudad y, a su vez, la sobrepoblación limeña no se hizo esperar. De modo que era natural que un sistema topográfico precario colapsara ante tal éxodo y hacinamiento capitalino.
Las circunstancias actuales nos obligan a hacerle frente al problema creando una metrópoli donde el flujo humano y vehicular no se vea estancado. La bienvenida del transeúnte libre debe ser prioridad, la eliminación de todo tipo de tugurización y aglomeración, también. El resultado: una urbe nueva que permita respirar y que, al mismo tiempo, le dé un respiro a la naturaleza y sus alrededores.